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QUADROPENA

Del lugar al que yo pertenezco, alguien llamado el Firdy tendría muchos problemas de adaptación, al menos no sería un decoroso elemento de la sociedad, si bien es cierto, no pasaría desapercibido e incluso algunos girarían la cabeza a su paso con esa extraña mueca que mezcla al mismo tiempo el asombro y la incredulidad.

Sí amigos, el Firdy, a pesar de no estar del todo bien visto, pone esa nota de color imprescindible en el tedio grisáceo que suponen las diarias circunstancias personales. Pero mejor os narro la historia y que seáis vosotros, mis queridos librepensadores, expertos conocedores del mundo moderno y aristócratas de vuestra propia realidad, los que juzguéis los hechos que acontecen...

 

La pregunta con la que más le abordaban, compañeros de trabajo y clientes que acudían al prostíbulo donde Firdy se ganaba el sueldo, venía relacionada con la nueva imagen que había adquirido, ¡era de esperar! pues algo en el Firdy había cambiado desde su divorcio y esa extraña relación que se produce en los seres humanos una vez se cruza el umbral de los cuarenta y que él se había propuesto retroceder 20 años su reloj biológico, en pos de recuperar ese tiempo perdido a base de boda, hipoteca, coche grande, hijos, escalado social, etc. Mientras iba empujando un carrito en el supermercado de turno, escuchando las memeces de su oligofrénico cuñado y espetando un : – ”...si cari, compra más coca-cola que esta tarde vienen a casa los fulanez y ya sabes que lourditas, solo bebe eso...” a lo que su “cari” contestaba: – “si amor lo que tu digas, gordito mío”. Vomitivo oiga.

Al tal Firdy, un día le explotó la bolsa escrotal y se fundió la pasta de la comunión de su hija en algo con lo que siempre soñó, especialmente en su juventud en la que aunque pasó de puntillas tuvo ciertas intenciones transgresoras, así que ni corto ni perezoso fue a un concesionario y se compró una Vespa, que por supuesto llenó de hierros, faros y espejos cromados, hasta se atrevió a pedir por internet una parka verde oliva y varios parches circulares de anillos tricolor. Hacía ya algún tiempo que contrató el servicio de internet en casa y creó esa cuenta con la que fantaseaba historias en un foro, bajo el nickname de viejuno_mod80. A su “cari” la llevaba los demonios verle siempre conectado, así que Firdy la tranquilizaba diciendo: “...Marisina es que estoy revisando unos repuestos del trabajo...” ya que por aquel entonces vendía repuestos del automóvil en su mundo prefabricado y envasado al vacío.

 

Llovía en la calle, así que el agua había mojado su cano y cada vez más escaso pelo aplastado por la opresión del casco, dándole un aire ridículo al conjunto de su aspecto con un abrigo militar empapado, mientras se desplazaba desde su scooter aparcado, hasta la puerta de su domicilio con unos torpes y primarios andares, producto de esa humedad que deja el frío alojado en los huesos. Llamó al timbre para que Marisina saliese a ver su recién adquirida Vespa, mientras cavilaba una creíble historia que explicase la inversión a costa de la comunión de la niña... En vano.

Los gritos y lloros de Maria Luisa Fernández López, sentada a la puerta de su hogar y ataviada con unas zapatillas de andar por casa, que dejaban asomar hasta la segunda falange del dedo meñique de su pie derecho, con un pantalón de chandal en tela de forro polar morado con salpicaduras blancas provocadas por una botella de lejía abierta a toda prisa y un suéter azul con la leyenda: Carnicería La Norteña, Vacuno, porcino y Aves de corral. Especialistas en puñaladas de carne, con un número de teléfono y fax. Le hacían presagiar a Firdy el final de su periplo en esa vida en la que todo estaba al alcance de la mano, después, un portazo... Portazo de esos que el eco todavía lo escucha en las mañanas solitarias de resaca y Alka Seltzer. Como era de suponer, Firdy abandonó su chalet adosado comprado años atrás en una de las promociones que Cajachumino había ofrecido en Muladar de las Altas Moscas, localidad próxima al extrarradio de la gran ciudad y ahora alquilaba una habitación en un viejo edificio del casco antiguo, junto al bar donde acudía los miércoles por la noche para reunirse con sus camaradas escuteristas, este local tenía un rotulo encima de su fachada con el administrativo nombre de La Oficina, pero lejos de nutrirse de encorbatados personajes con barriga, calva franciscana y gafas demodé, estaba frecuentado en su mayoría por una caterva de individuos muy próximos o ya inmersos del todo en la delincuencia habitual, de esos que la vida les curte a base de cristal roto en la mejilla en pelea contra forajidos.

Rodeado de esa piara de deshechos sociales se hallaba Firdy y sus amigos planificando su próximo viaje escuterista conduciéndoles hasta la costa, a una de esas concentraciones que les proporcionasen una dosis necesaria para sobrevivir a la depresión, repleta de diversión juvenil caducada.

 

Eran las 5.00 am cuando un molesto sonido, algo parecido a la melodía del teléfono celular de el Firdy, ¡qué digo parecido...! el sonido de la melodía del celular del Firdy se introducía por su oído y esos minúsculos huesos que lo conforman enviaban el mensaje a su cerebro, cerebro que aquella mañana se encontraba despeinado a causa de la ingesta de cerveza de la noche anterior en La Oficina.

Firdy no se encontraba nada en condiciones de afrontar una etapa larga en una moto de 2 tiempos, era obvio, pero sus ansias de rejuvenecer y haciendo gala de ese espíritu aventurero que le caracterizaba y comprender que la situación se había vuelto irreversible, se levantó y comprobó la temperatura en la calle, lo que le permitía a pesar del estival mes en el que se encontraba, de enfundarse su parka. Silencio en la calle. Así que ahí se encontraban él y su PX200, solos, sin un susurro alrededor, hasta que el estruendo del motor arrancando lo rompió e impregnó del delicioso aroma que desprende la mezcla de gasolina y aceite, característico de este tipo de motos.

 

El madrugón provocó que recorrieran de noche el trayecto hasta casi alcanzar la frontera con la provincia próxima, donde pararían a tomar un pequeño desayuno que les hiciese entrar en calor, pues a pesar de lo que pueda creer el lector, hasta los seres duros y aguerridos como el Firdy y su cuadrilla, pasan frío sobre la moto. La parada tuvo lugar en una estación de servicio de una carretera comarcal, lógicamente los asiduos de estas monturas son expertos conocedores de carreteras de segundo, tercero y hasta de dudoso orden, pues las velocidades que manejan les implica jugarse la vida a la hora de elegir una autovía.

Dicha estación de servicio estaba regentada por un lugareño de esos que introducen clavos sobre un muro dando un golpe seco con sus propias manos desnudas, este tabernero, agudizó incrédulo la vista tras el cristal de su establecimiento al ver bajar de unas vespas y lambrettas cargadas de bolsas, a cuatro señores con abrigos que el creyó pertenecían a algún misterioso grupo especial de la benemérita, a tenor de tantas insignias y condecoraciones en sus pecheras.

– Buenos días nos dé Dios, amable mesonero Rural... Gritó el Firdy al entrar en la cafetería, entre una explosión de risas de sus acompañantes por la ocurrencia. El camarero, no encontró diversión alguna a la sorna, pero en ese momento las fuerzas divinas le otorgaron paciencia y este, les preguntó la comanda.

Mientras el grupo desayunaba, el camarero hacía un reconocimiento táctil de un mando a distancia para televisores, una vez casi descubierto su uso apuntó hacia una pantalla sobre un mueble de la sala como si de una manguera se tratase y empezó a hundir violentamente sus redondos dedos sobre las minúsculas teclas del mando, pasando uno tras otro canales de televisión. Un individuo del grupo motorizado, extrovertido, se dirigió al camarero con la intención de provocar una hilarante situación con sus compañero de viaje: – “...Veo que les ha llegado la modernización a la gente de pueblo...” al verle manejar el mando a distancia y enfatizando la palabra MODernización. El brutal tabernero lanzó un brazo por encima del mostrador asiendo por el cuello de la parka al motorista al que le advirtió: – “Me se están inflando los cojones y he abierto hace media hora na' más, a ver si te vi a dar dos hostias que se te caen las orejas al suelo...” Ahora no lo recuerdo muy bien, pero creo que la opresión testicular sobre su cuello le impidieron continuar con las madalenas que se hallaba comiendo, eso, pagar y despedirse fue todo uno... Aquí nada más ocurrió. Firdy iba meditando sobre la moto lo acontecido en la cafetería de la estación de servicio y lo cerca que estuvieron de llevarse un coscorrón gratuito... A pesar de su recién adquirida joven personalidad, él recibía de cuando en vez una cucharada de lúcida madurez por su proximidad al medio siglo sobre la tierra, mientras continuaban su viaje.

 

A pocos kilómetros para llegar a su destino hicieron un repostaje en una gasolinera con el curioso nombre de Los Ciruelos. Este nombre lo justificaban dos arbolillos enclenques que crecían detrás de la tienda. Sus troncos eran débiles palitroques entablillados para que no los tronchase el cierzo mesetario y unas ramas entecas deformadas como bracitos de tullido en cuyas puntas brotaban todos los años unos frutos pequeñajos y negruzcos, nada fáciles de determinar a la especie que pertenecían, otrora el propietario mandó llamar a un botánico de la provincia con el fin de clasificar aquellos frutos, el científico probó uno de estos, lo escupió con una mueca de asco y la definió con esta frase tan poco técnica: – “Esto es una porquería” Tanto tiempo transcurrido sobre la moto y la edad que no perdona, provocaron a la llegada a Los Ciruelos que Firdy se dispusiese a estirar un poco para adoptar una postura medianamente humana y digna con la que dirigirse a un semejante, uno que mimetizado a la sombra y embutido en un grasiento mono azul, con esa pueril cara de no acabar de comprender las cuatro operaciones matemáticas básicas, se acercaba a él rascándose la cabeza a través de una gorra de incalculable valor antropológico, a tenor de la fecha en la que pudo ser adquirida. ¡Cuán lúgubre era todo allí!

 

Llegaron a su destino pasada la hora de comer dirigiéndose a un punto de encuentro que habían previsto con grupos de vespas y lambrettas llegadas de cualquier rincón del país, entre un numeroso y asombrado colectivo de turistas y viandantes que observaban atónitos las motos... Firdy, abstraído por el espectáculo, se dejó atrapar por una figura que apareció de entre los hierros allí aparcados, se trataba de un varón, blanco, de corta estatura y edad avanzada que va rodeando a escuteristas solitarios, de esos que están preocupados por tal o cual tuerca, maneta o cable y se lanza sobre ellos con esa frase cautivadora de la que es difícil luego escapar: – “pues cuando yo era joven también tuve una vespa” seguido de un irremediable: – “y anda que no me duró y lo bien que iba” “me fui con ella hasta San Sebastián de viaje de novios” Inmediatamente después se produjo un silencio propiciado por la incredulidad y falta de argumentos del propio Firdy que sumido en la más profunda de las indiferencias vio como el depredador se aproximaba a otro escuterista, en esta ocasión propietario de una lambretta y le hacía las mismas observaciones, pero cambiando esta vez de marca de motocicleta.

Misterios de la condición humana la de empatizar con el prójimo sin sentido alguno.

 

Firdy sintió unas irrefrenables ganas de fotografiar su vespa junto a uno de los acantilados próximos a la zona de playas, así que hacia allá se encaminó subido en su moto tarareando una cancioncilla, que algún experto musical identificó como I've had enough bordeó durante un par de kilómetros con su escuter uno de los acantilados con el mar de fondo, un mar sugerente que reflejaba los rayos del sol sobre el oleaje... Se llegó a una zona que le pareció la adecuada para su instantánea y paró la moto, el irregular terreno provocaba que el caballete no la sujetase del todo bien, se alejó un poco y buscó el ángulo perfecto mientras canturreaba la misma canción, de repente un golpe de viento del norte se levantó desequilibrando la motocicleta lanzándola al vacío mientras Firdy gritó un Noooooooo.... que duró el tiempo que la vespa desafiando la gravedad irrumpía con estrépito entre un fondo de rocas que provocaron su desmembramiento, al dejar de gritar, una ola engulló hacia el mar el amasijo de hierros que había sobre las piedras....

 

Todos las situaciones y personajes de esta narración son completamente verídicas, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

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